viernes, 12 de febrero de 2010
EL MISTERIO DE LA CERÁMICA MAYA
Hay otras culturas en la América antigua que elaboraron bellísimas cerámicas, por ejemplo, los mochicas del Perú y sus vasijas esculpidas con figuras o escenas, o los mixtecas mesoamericanos que pintaron complicados diseños en brillantes colores, pero solamente los mayas hicieron de las superficies de sus recipientes el soporte de sus ideas religiosas y políticas en tal extensión y detalle. Las formas se supeditaban a esa finalidad crucial, la narración. Los millares de vasos ahora conocidos y catalogados, procedentes en su mayoría del saqueo y el comercio ilícito, constituyen una inmensa biblioteca en imágenes, únicamente comparable con la cerámica clásica griega, pero yo diría que aún con más variedad y con una ambición singular: expresar lo inexpresable, las sutilezas de las doctrinas esotéricas y místicas, la profundidad de las más complicadas ideas metafísicas. Y, desde el punto de vista estético, la confluencia del realismo con el idealismo, el exquisito gusto en la combinación de colores, las composiciones de un inquietante dinamismo y una fingida naturalidad. La cerámica pintada maya de los siglos clásicos, y muy especialmente el llamado estilo códice, es quizás uno de los logros artísticos mayores de la historia de la humanidad. Pero casi todas esas obras excelentes estaban destinadas a la oscuridad de las tumbas, ¿cuál era entonces el destinatario del mensaje? ¿qué virtudes poseían las imágenes por sí mismas?¿qué valor concedieron los mayas a la calidad de los diseños y de la ejecución?
lunes, 1 de febrero de 2010
LA TAREA DE LOS ARQUEÓLOGOS
Se ha escrito mucho sobre los fines y métodos de la arqueología, pero a fin de cuentas cada profesional la practica a su manera. Priman los métodos tradicionales y convencionales, adobados con el recurso a las nuevas tecnologías. No parece un mal procedimiento si tenemos en cuenta lo mucho que hemos aprendido en el último siglo sobre las culturas y civilizaciones antiguas. Pero hay una cuestión poco discutida y que quiero mencionar aquí, la dicotomía entre arqueología de campo y arqueología de gabinete. Porque hay arqueólogos que se pasan la vida en el campo, excavando, y otros que llevan a cabo uno o dos proyectos importantes y luego se retiran a meditar sobre ellos, a poner en orden datos e ideas, y a publicar sus interpretaciones. Estos últimos se parecen a los grandes antropólogos que, luego de una larga temporada en la sociedad elegida, dedican el resto de su tiempo a analizar minuciosamente lo que han observado. Los excavadores que excavan y excavan suelen saber más que nadie sobre los yacimientos investigados pero publican poco, sobre todo los latinoamericanos, y a veces se llevan a la tumba una valiosísima información. Recuerdo ahora a excavadores de Edzná o de Machu Picchu, a mis buenos amigos Millet Cámara y Chávez Bayón, de los que siempre esperó todo el mundo extensos libros. Y también Ramón Carrasco podría llenar miles de páginas con todo lo que sabe sobre Kabah y Calakmul. Las instituciones que patrocinan los proyectos deberían obligar a sus patrocinados a sentarse cada cierto tiempo y redactar volúmenes para la imprenta. Recordemos que al excavar se destruyen los datos que la tierra guarda, y que sólo el excavador puede recogerlos, estudiarlos, conservarlos, analizarlos y difundirlos.
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