miércoles, 10 de marzo de 2010
La impaciencia
Verdaderamente vivimos en sociedades impacientes. Hemos olvidado el dulce placer de la lentitud, o de la pereza, o de la meticulosidad tranquila. Todos mis amigos y colegas pasan su tiempo corriendo de acá para allá, y apenas lo tienen para sentarse a conversar sin prisas, y sin un objetivo concreto, sólo por el placer de hablar, de pensar, de oír a alguien decir cualquier cosa. El estilo defendido sin éxito por Jacques Tati ha pasado definitivamente a los museos, desaparecieron las tertulias de los cafés, desaparecieron los mismos cafés, y a la gente que uno encuentra en el ascensor se le hacen vagas y vanas promesas de "a ver si nos vemos algún día". Lo mismo sucede con el conocimiento, la sociedad presiona a los investigadores -o eso al menos creen ellos con un punto de inconsciencia- para que hagan sus trabajos ya, sus descubrimientos ya, sus avances ya, sus observaciones ya, sus libros ya, y cuantos más mejor. Nadie piensa que una excavación arqueológica en la vida, un buen libro en la vida, son más que suficientes. Acumulación, consumo masivo, ver y casi olvidar, ojear y desechar, ése es el tono, una tendencia de carácter periodístico. No me gusta, no me gusta, con los años voy apreciando la lentitud como uno de los más exquisitos sabores, y con la lentitud la reflexión y la mayor profundidad. Me preguntan a veces ¿cuándo sale tu próximo libro? Y siempre contesto, con poca convicción, pronto, pronto. Pero me gustaría dilatar mucho más esa experiencia única y maravillosa que es escribir de lo que uno ama.
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