martes, 13 de abril de 2010
La formación del arqueólogo
Cuando se trabaja en arqueología mesoamericana desde España es fácil sentir una cierta inquietud por lo lejanos que se encuentran los paisajes de nuestro interés. Ciertamente, para alguien dedicado a la Roma antigua un viaje de dos horas le coloca en los foros imperiales, pero los mayistas necesitamos diez horas de avión desde Madrid para pasear por el paseo de Montejo en Mérida de Yucatán. Eso implica tiempo y dinero, por lo que es también comprensible que sean los norteamericanos los extranjeros que más proyectos desarrollen en México y Guatemala. Además, y como algo fundamental, la formación de los estudiantes queda muy mermada en cuanto a la posibilidad de hacer prácticas de campo o visitar los yacimientos. También, no sólo hay que conseguir financiación, el papeleo es inmisericorde, y la incomprensión y las trabas de las autoridades de aquellos países a veces resultan insoportables. ¿Vale la pena, pues, trabajar en arqueología mesoamericana viviendo en España? Yo creo que sí, porque esta arqueología está teñida de exotismo, y ahí entran motivos idealistas y románticos que es necesario reivindicar y defender. Los mayas, o los teotihuacanos, o los olmecas, no deben ser únicamente objetos de estudio, deben ser igualmente objetos de amor. Ya sé que esto es difícil en nuestra época y nuestras sociedades materialistas, desprovistas de pasiones que no sean las del dinero o las deportivas, pero así pienso que debe ser.
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