FIRMA DE LIBROS

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DRAGONES

DRAGONES
Dragón en un vaso maya

lunes, 20 de julio de 2009

LOS MAYAS EN LOS MUSEOS

Tengo que reconocer abiertamente que yo soy un loco de los museos, me gustan de cualquier cosa, desde los arqueológicos -claro está- a los navales, desde los de artes populares a los del vino. El Museo, así, con mayúscula, es un insólito espacio en el que se refugian, agrupados y ordenados para multiplicar su sentido, objetos y discursos, sugerencias y sueños, informaciones y dudas, y, sobre todo, ideas y bellezas. No hace falta mucho esfuerzo para viajar por el mundo y por el tiempo, y por los seres humanos, recorriendo pausadamente cualquier museo. Templos de la imaginación, catedrales de la memoria, monumentos a la grandeza y miseria de nuestra especie, todo eso son para mí los museos. Y, porque los respeto y venero tanto, me duele ver algunos en tan pobre situación, tan desatendidos, medio ruinosos a veces, inactivos, agonizantes. Pues los museos deben, para conservar su espíritu, moverse: cambiando, proyectando toda clase de actividades pertinentes, investigando y publicando. Rara vez relaciono a los mayas, a las culturas precolombinas en general, con museos españoles, ya que los que poseen algunas colecciones más o menos interesantes, se limitan a conservarlas depositadas en cajas o vitrinas, y nada más. Cuánto me gustaría que hubiera misiones permanentes, con proyectos de arqueología, etnología, lingüística, en el campo americano, en los distintos países de Iberoamérica, patrocinadas por museos españoles, y que estas instituciones fueran conocidas en todo el mundo por el prestigio de sus investigadores de plantilla, y que las publicaciones gestadas allí y con su sello fueran fundamentales en los campos etnológico y arqueológico de América (con excelentes revistas científicas, y magníficas colecciones de libros); y que nuestros museos organizaran congresos y coloquios a los que vinieran los mejores estudiosos, y que las series de cursos y conferencias en ellos impartidos constituyeran referencias inevitables. Y que las exposiciones temporales se sucedieran, a cual más interesante. En fin, son deseos que salen de una mente escéptica, quizá por vieja. Pero, francamente, como dijo Valéry, no se puede vivir sin ilusiones.

miércoles, 1 de julio de 2009

La trascendencia de lo trascendente

Me dice algo Xiona Meiji que me hace pensar. Cuando yo planteo los enigmas de la civilización maya queda en el aire lo antieconómico de las decisiones que tomó esa cultura a lo largo de su historia. Pero mi comentarista sugiere que las armas mayas, menos eficaces que las de los teotihuacanos, hubieran sido conservadas y nunca sustituídas por motivos religiosos. Es decir, las prioridades de una sociedad no pueden ser establecidas mediante criterios basados en la experiencia y decisiones de la llamada civilización occidental moderna. Ciertamente, en el Viejo Mundo, comprendiendo ahí las culturas antiguas del Próximo Oriente, lo "económico" fue la guía en la mayor parte de las decisiones que produjeron la evolución hacia los estados que conocemos, y también la causa frecuente del declive y del desplome final. Es decir, que los egipcios, por ejemplo, en cuanto pudieron sustituyeron el cobre de sus armas por el hierro, que se perfeccionaron los sistemas de navegación que favorecían el comercio y las ganancias, que se conquistaron -o se intentaron conquistar- los territorios donde abundaban las materias primas. ¿Es que los mayas no siguieron esas universales tendencias? Pues parece que en algunas cosas definitivamente no. Aunque, a nuestro modo de ver, salieran perjudicados. Pero, verdaderamente, no sé de qué nos sorprendemos, cuando el bien más preciado, la vida, se ha entregado una y otra vez por motivos aparentemente irracionales o muy poco "económicos", la fe religiosa, el patriotismo, el orgullo, o toda clase de creencias más o menos oscuras. En conclusión, los pueblos, muchos pueblos, se mueven antes por razones espirituales que por razones materiales. Tal vez fue ése el caso de los mayas, una sociedad enferma de espiritualidad.