jueves, 23 de enero de 2014
LEEMOS CON LENTITUD
Vaya por delante mi satisfacción por la lentitud, me gusta la lentitud, siempre he elogiado la lentitud, pero hay ocasiones en que echo de menos una mayor rapidez en la resolución de ciertos problemas. Por ejemplo, para mi gusto vamos muy lentos en la lectura de los jeroglíficos mayas. Ya hace más de medio siglo que se pusieron las bases metodológicas para el desciframiento, el de verdad, no los muy respetables intentos de investigadores notables como Morley o Thompson. Por supuesto, en esos cincuenta años se ha avanzado mucho, si hoy esos autores levantaran la cabeza se asombrarían, pero la cuestión es que son cincuenta años, que todavía quedan bastantes glifos por interpretar adecuadamente y que los epigrafistas tienen dudas y vacilaciones en numerosas ocasiones. Comprendo que es un gran problema, pero las lenguas mayas están vivas en una buena proporción, y es sorprendente que con esa estupenda base todavía el epigrafista del proyecto que sea tenga que llevarse las inscripciones a casa y meditar largo rato la traducción que va a proponer. Y esa traducción estará incompleta con toda seguridad. ¿Qué pasa con la escritura maya antigua? ¿Por qué no ha sucedido en este caso como con el egipcio o el cuneiforme mesopotámico? Tal vez la respuesta sea que había muchas lenguas, muchos escribas con sus correspondientes escuelas y modas, y que los propios mayas amaban el retorcimiento en el lenguaje, la discreta confusión en sus textos, como en muchos pasajes de los libros de Chilam Balam. Así que me tengo que quejar de nuevo: porque los escritores escribían poco y de pocos temas, y con un estilo enigmático, y porque los lectores leen con irritante lentitud. Me da envidia ver a los egiptólogos plantarse ante una inscripción tebana y leerla con soltura a simple vista, a bote pronto. ¿Cuánto tardarán aún nuestros amables epigrafistas en hacer lo mismo?
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